AAVV SAN JULIAN

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domingo, 23 de septiembre de 2012

RELATOS DE INTERES.

ESTEBAN BELTRÁN: 
 “SOCIALISMO AGRÍCOLA: Segunda parte de Manolín”.
   Esteban Beltrán (1854-1920), escribió esta obra entre 1907 y 1908. En su época fue muy difundida entre los jornaleros del campo y entre las organizaciones obreras de muchos pueblos de nuestra comarca, pues la prosa fácil y atractiva y las ideas  republicano socialistas tan clarividentes de Beltrán calaron hondo en el mundo societario que se había empezado a fraguar desde finales del siglo XIX. Por eso y porque muchos de sus textos son representativos de toda una época del movimiento obrero campesino caracterizada por la situación de miseria y marginación político y social del campesinado, y porque son  textos que a todos conmueven y aportan valores éticos positivos, hemos pensado reproducir  algunos de los capítulos más interesantes de “Socialismo agrícola”.
   El historiador ya fallecido, Antonio María Calero Amor,  hizo un certero análisis del intelectual montoreño analizando al autor, la obra y el contexto histórico en que se escribe con motivo de la reedición del “Manolín”, en 1979. Nos dice Calero, que Beltrán “aparece como el típico intelectual progresista de pueblo, republicano de ideas –si no de filiación partidista-, convencido anticlerical, aunque no anticristiano, moderado y legalista en sus procedimientos de lucha, generoso y no exento de idealismo. Como tantos hombres de su generación   -la del 98- y de su condición social, empapado de regeneracionismo, en reacción al triste espectáculo de la España de aquellos años; consciente de que la  “cuestión social” como entonces se llamaba, era un problema absolutamente clave para las sociedades capitalistas del momento”.
  Hoy reproducimos el capítulo denominado “La siega”, en el que surgirá la chispa desencadenante que alimentará  los anhelos y aspiraciones de un grupo de jornaleros del campo para acabar asociándose en régimen cooperativo,  y no tener que depender de la caridad de las instituciones civiles o eclesiásticas, ni de los jornales de miseria de los señoritos. Ello ocurrirá en los sucesivos capítulos y tras de adquirir  la sociedad obrera dos grandes fincas para su gestión cooperativa: la Garabitera y Españares, en el término municipal de Montoro, lindantes con el de Marmolejo.

                                                  “LA SIEGA”
   En un pueblo cualquiera, pues lo mismo dá que sea Montoro, que Manzanares, Herrera o Pozoblanco, se advierte un movimiento inusitado parecido a la admiración que se observa en una colmena cuando la están castrando, ó en un hormiguero cuando sin daros cuenta levantáis del suelo una losa que le sirve de abrigo.
  Multitud de mujeres y niños y algunos hombres algo ancianos, hablaban animadamente y gesticulaban con energía dirigiéndose todos a la salida del pueblo formando grupos numerosos.
 ¿Qué había pasado para que tantas criaturas abandonaran sus casas en aquella hora tan propia de recogimientos, pues eran las cuatro de la tarde de un día caluroso del mes de julio?  Se decía por el pueblo que el tío Bravo se había asfixiado segando trigo y que varios compañeros lo traían en unas parihuelas.
  Efectivamente por la carretera, allá muy lejos, se veía avanzar un grupo de hombres envueltos en una polvareda asfixiante.
  Aunque la distancia disminuía gradualmente no se distinguían bien los contornos de los individuos que avanzaban, pues sus camisas y ropas, impregnadas de sudor y polvo, tenían el mismo color de la tierra, y aquello que se acercaba parecía una nube polvorienta, pues el aire no se movía nada en ninguna dirección que lo desviara dejando ver á las personas que se acercaban.
 Como los de un lado y otro avanzaban, pronto se reunieron todos y se formó un grupo numeroso en el centro del cual estaba el cadáver del tío Bravo colocado sobre unos palos largos entretejidos y sujetos con escalas.
 Aquellas parihuelas improvisadas estaban cubiertas con varios puñados de mies de trigo que el desgraciado había segado cuando la muerte,  más piadosa que sus mismos compañeros, lo salvó de las angustias de su vida miserable.
  ¡Cuán ajeno estaba el infeliz tío Bravo de que la mies que segaba anheloso le serviría de lecho mortuorio! Los llantos de sus parientes, los gritos de indignación, las exclamaciones y protestas amenazadoras de sus amigos y allegados, todo á la par, formaba un ruido especial parecido al mugido cavernoso que lanza el toro encelado en noche oscura.
 -¡Silencio! -gritó Fernando, que con Manolín formaba parte de la cuadrilla de segadores compañeros del tío Bravo. Cesen los juramentos é imprecaciones de los hombres y el llanto de las mujeres.  No es con lágrimas ni con gritos con lo que se evitan en lo sucesivo estas desgracias. Con actos viriles, con resoluciones decididas, con hechos prácticos es con lo que se remedian nuestros males.
 Esta noche vamos á velar á nuestro compañero, á cuyo acto espero yo que acuda todo el pueblo trabajador, cada cual con su silla, y allí, en la plaza, que será donde nos reuniremos, puesto que en casa del difunto será imposible, se hablará algo que conviene que tengamos todos muy presente. Dicho esto se puso en marcha la fúnebre comitiva con dirección al pueblo, y cuando llegaron a la casa del tío Bravo dejaron á éste en poder de la familia y se marcharon todos á sus casas á mudarse de ropas.
 Cuando Fernando y Manolín se arreglaron de ropa y lavado, se marcharon al Centro obrero, en el cual le esperaban la directiva y multitud de socios, deseosos todos de saber cómo había ocurrido la muerte del tío Bravo.
 Entonces Manolín, refirió la cosa del modo siguiente: Ya sabéis queridos compañeros, que el tío Bravo formaba parte de la cuadrilla de segadores que estamos segando en el cortijo de las Majuelas. Al tío Bravo siempre lo hemos querido llevar á trabajar Fernando y yo, porque  como ya era viejo, no lo quería nadie de compañero en esta clase de trabajos á destajo, porque si bien en cualquier otro trabajo á jornal sería un peón como otro obrero cualquiera porque tenía muy buenos aceros, en los destajos es diferente, porque ya sabéis todos que por ganar más jornal en un destajo no hay horas de entrada ni salida, ni cigarros, ni descansos en las comidas, ni nada. Un destajo para nosotros es una cosa así como un galope desenfrenado en el cual vamos todos a porfía á ver quién vence á quien.
 Es una barbaridad lo que hacemos, y yo soy el primero que propongo que los destajos deben prohibirse terminantemente, pues si bien podemos ganar una peseta diaria más de jornal, es á fuerza de trabajar como bestias y á riesgo de nuestra salud. Pues bien compañeros; yo escuché de mi difunto padre, siempre que salía conversación de ello, que el tío Bravo fué en su juventud un trabajador infatigable, y como casi todos los hombres superiores, era generoso, bueno y modesto. Jamás quiso ser aperador ni manijero, porque decía que á él no le gustaba mandar, porque todo cargo de mando tiene que ser despótico y abusivo.
 Cuando iba a trabajar á los destajos de siega, su lado ó corte, que siempre está a la cola á el contrario del manijero, llegaba a su término antes que la cabeza, y enderezando entonces su robusto cuerpo, miraba la línea ó corte y sunsuneándose como distraído, recogiendo espigas caídas, llegaba al compañero más zaguero y metía la hoz en la mies de tal modo, que en un momento la parte trasera se adelantaba y el corte quedaba igual. Esto lo hacía siempre y era costumbre en él, por lo cual no incomodaba á nadie.
 Cuando llegaba el corto descanso que después de la comida se dá siempre, decía el primer día:  Muchachos, no tomar  á mal lo que hago yo de ayudar á los zagueros. No lo hago por mortificar á nadie, sino que es una costumbre que adquirí y aprendí de mi padre, el cual me decía siempre: hijo mío que no te pese nunca hacer un favor, sea quien sea el que lo reciba; no esperes nunca que te pidan lo que tú buenamente puedes dar; haz siempre que puedas un bien sin mirar á quién: el que no tiene dinero no puede dar limosnas. Esto que me decía mi padre lo considero yo tan bueno, que me es imposible olvidarlo, y lo ejecuto sin que en mi proceder haya nada absolutamente de egoísmo ni vanidad; creo que hago un bien para todos, pero si á pesar de mi buena intención hay algún compañero que se crea ofendido, que se ponga conmigo en el lado contrario de los zagueros. -No hubo nunca quien se pusiera.
   Pues bien compañeros –prosiguió diciendo Manolín-  como yo y Fernando sabíamos estas cosas buenas del tío Bravo, nos complacíamos en llevarlo siempre con nosotros á trabajar, y cuando hacíamos con él algunas veces lo que él había hecho siempre, le decía yo con tono jovial: tío Bravo, ya está usted pagando las malas cosas que ha hecho en su juventud; ¡fastídiese usted! Por haber sido malo le pasan estas cosas.
  Estas bromas mías las agradecía el pobre en silencio y con sus ojos de mirar dulce y franco me daba las gracias.
  Os estoy contando estas cosas del tío Bravo, para que os hagáis cargo de lo que ha sucedido hoy, que es lo siguiente: Esta mañana empezamos la faena como de costumbre, pero hay días aciagos en que suceden cosas insignificantes al parecer y que contribuyen á que sean fatales.   Se presentó el día caluroso en extremo, cual ninguno, y con motivo de haberse roto el cántaro del agua aquella noche, el manganito tenía que traer el agua que necesitábamos para beber con un cantarillo pequeño, y el pobre muchacho no daba abasto á traer la que consumíamos porque la fuente está muy lejos de donde estábamos segando. Así es que tan pronto como llegaba con un cantarillo lleno, se lo arrebataban los  más  próximos, y el tío Bravo,  que era prudente y sobrio, no procuró apagar la sed que sentía y esperaba siempre al otro viaje del muchacho.
  La casualidad hizo también que por la contextura del terreno, algo accidentado por varias pequeñas colinas, estuviéramos Fernando y yo apartados del tío Bravo y no nos apercibimos de esto del agua ni de un incidente ocurrido entre el tío Bravo y el compañero Mesa, que con  motivo de quedarse aquél algo retrasado, le dijo éste que aliviara porque ningún compañero estaba obligado á ganarle á él el jornal. Esta brutalidad de Mesa es muy corriente en estos trabajos y hay hombres que se la dan de anarquistas, como Mesa, y se portan como salvajes.
  Podéis fijaros lo que sentiría el tío Bravo la expresión brutal y egoísta de Mesa. De todo me he informado después de ocurrido y siento muchísimo no haber estado allí para evitarlo y que no esté aquí esta noche el compañero Mesa para enterarlo de lo que era el tío Bravo y que se muriera de vergüenza por su conducta infame con aquel hombre honrado á quien tantos favores debía y que si tiene hoy algunas amistades con ciertos obreros á él se las debe también. Afortunadamente ya lo hemos conocido todos con este último acto de ingratitud, y creo que de hoy en adelante no encontrará á quién engañar, ni con quien hablar…
  Como iba diciendo, el manganito venía ya con el cantarillo de agua, del cual esperaba el tío Bravo beber y apagar la sed asfixiante que sufría, cuando un mal paso o un vahído producido por el cansancio hizo rodar por el suelo al muchacho y al cantarillo, el cual se hizo menuzos.  Un grito estridente y angustioso lanzado por el tío Bravo nos indicó á todos lo ocurrido, y acudimos a socorrerlo. Lo levantamos, pues yacía en tierra con una gran manotada de mies en una mano y la hoz en la otra. Todo cuanto hicimos fue inútil, pues nuestro viejo amigo era cadáver. Ya no volvimos á trabajar ninguno; mientras algunos compañeros preparaban la camilla para conducir al tío Bravo al pueblo, me senté á su lado y le estuve contemplando largo rato.
  Un compañero se llegó á mí y me refirió todo lo ocurrido con el agua y con la expresión brutal de Mesa. –Al pobre tío Bravo se le saltaron las lágrimas cuando le dijo Mesa aquellas palabras (me dijo el compañero) y como si le hubieran clavado una banderilla, se puso a segar como un león sin contestar al insulto, hasta que ocurrió lo del agua, que cayó muerto repentinamente.
  ¡Ah, compañeros! Yo también lloré cuando me refirió el compañero esto. Yo, que conocía perfectamente al tío Bravo, según habéis oído por el relato que de su vida os he hecho, comprendí lo que sufriría su corazón generoso, y un  nudo angustioso se me hizo en la garganta que me hubiera ahogado si las lágrimas no me lo hubieran desatado.
  ¿Por qué seremos tan brutalmente egoístas? ¿Por qué razón no penetrarán las ideas grandiosas en nuestros entendimientos con la misma intensidad?  Si nosotros no somos generosos ni compasivos con nuestros compañeros, que son nuestros hermanos de infortunio, ¿cómo queremos que los burgueses se compadezcan de nosotros?
 Si nosotros no nos compadecemos de los que por la edad avanzada son débiles, ni de los que por su naturaleza lo son también, ¿cómo esperamos compasión ni protección de quien no nos conoce íntimamente ni les une a nosotros más vínculos que el del interés mezquino de los ochavos?
Si nosotros no somos generosos, ni somos caritativos, ni somos altruistas, ¿tenemos derecho á pedir á los burgueses que lo sean con nosotros?  Si nosotros no respetamos nuestra desgracia y somos crueles y desagradecidos,  ¿cómo queremos que nos respeten y nos atiendan y nos ayuden?
  Recapacitad bien sobre todo lo que os estoy diciendo, queridos compañeros, y comprenderéis que tenemos una necesidad imperiosa de cambiar de modo de pensar y que tenemos que variar en todo y adoptar medios y resoluciones enérgicas para que estos hechos que refiero y los que lamentamos todos no se repitan jamás entre nosotros.
  Todos los que estábamos segando con nuestro compañero difunto estamos aquí presentes, menos el infame que no quiero nombrar. ¿Hay alguno que pueda decir que lo que yo he referido no es la pura verdad de lo ocurrido? Si hay alguna inexactitud en lo que he dicho, pues es fácil que yo esté trascordado, que se levante alguno y conteste á esta pregunta. Todos los segadores se levantaron y dijeron que lo que había dicho y referido Manolín era cierto.
  -Pues bien, dijo el presidente; esta noche velaremos todos al que fue nuestro amigo y compañero Juan Bravo. Como en la casa de éste será imposible que quepamos todos esta noche, yo y los demás compañeros que quieran acompañarme iremos á casa del alcalde á participarle esto y á anunciarle que el entierro será civil. Creo que el alcalde nos permitirá que nos reunamos en la plaza; de todos modos, lo que ocurra y haya necesidad de anunciar, se hará como siempre, en el cuadro de anuncios, para que todos marchemos de acuerdo.  El presidente se puso en pie, y seguido de Fernando y Manolín y de muchos socios, se dirigieron  á casa del alcalde formando un grupo numeroso. Cuando llegaron allá, los tres primeros en comisión penetraron en la casa, quedándose todos los acompañantes en la calle esperándolos.
  El alcalde, que lo era por real orden, era un señor de rancias costumbres y apegado á la tradición de sus mayores, no porque creyera en los disparates religiosos, sino porque creía que la religión es un freno para el pueblo y que era conveniente ó vestía bien aparentar religiosidad, por más que en su fuero  interno no creía en nada, pero seguía apoyando la cuestión religiosa por costumbre rutinaria, y él en sí era bueno, tenía buen corazón, pero era irresoluto y se iba con el último que hablaba ó con el que más le adulaba.  De estos hombres que por su posición ó fortuna ocupan altos puestos, abundan mucho en España, y el que nos ocupa recibió ceremoniosamente y amablemente á la comisión y les preguntó lo que deseaban.
  -Señor Alcalde -dijo el presidente de los obreros-: nosotros venimos en comisión encargados por una familia atribulada y muy querida y respetada nuestra, á participarle que la familia del tío Bravo (el cual ya tendrá usted conocimiento por el médico forense que le habrá hecho la autopsia, murió hoy asfixiado) trata de enterrarlo civilmente porque así fue su voluntad y nos consta á todos sus compañeros y amigos, y que esta noche al reunirnos en la casa mortuoria á velar, será fácil que no quepamos en ella, y si llega este caso, nos iremos á la plaza que está próxima y de este modo no se intercepta el paso en la calle donde está el difunto.
   -Pues son dos cosas las que me notifican que yo no puedo concederlas así á la ligera,  dijo el Alcalde. No sé si habrá impedimento en eso del entierro, pues según yo entiendo, la Iglesia católica tiene derecho á disponer   del cadáver de los que están bautizados, y yo, si hay quien se oponga al entierro civil, tendré que apoyarlo, pues me gusta y estoy obligado á respetar y hacer respetar a todos el derecho de cada uno de por sí. Y respecto á la reunión en la plaza, yo no la puedo permitir porque eso no se ha hecho nunca y no es costumbre. Yo creo que para los pocos amigos que ese pobre hombre puede tener, es bastante su casa que es lo que siempre se ha hecho.
 -Señor alcalde, para que vea usted los pocos amigos que el tío Bravo puede tener, asómese usted al balcón y verá una parte mínima de los que esta noche nos reuniremos; como usted comprenderá, ni los pocos que usted ve aquí pueden estar ni caber en la casa, y por esta razón se lo anunciamos á usted. No me gustan las discusiones, ni la cuestión que nos ocupa es propia para discutir. Creo que lo que le pedimos, ó más bien, lo que tendremos que hacer forzosamente, es justo, razonable y fácil de hacer. Hay circunstancias especiales en todos los asuntos de la vida que las deben tener presentes y muy en cuenta las personas que, como usted, tienen la misión de gobernar á un pueblo.
  Al atenerse á la costumbre para solucionar una cuestión como ésta, no es cuerdo; esta cuestión es nueva, se presenta ella en sí, fuera de la costumbre, y debe solucionarse de distinto modo que la rutina lo hace siempre. Usted se convencerá de ello pronto. Nosotros no somos más que mandatarios de una familia acongojada, víctima de la desgracia, y de un pueblo consciente que sabe sus derechos y sus deberes.
  Nos retiramos satisfechos de haber cumplido fielmente nuestra misión, y yo particularmente, como hombre honrado y considerándome tan caballero como el que más, le recojo á usted la promesa ó palabra que ha dado hace un momento de que usted respeta y hará respetar el derecho de todo el mundo. Si usted nos lo permite y dá permiso, nos retiramos sin añadir nada á lo dicho.
    -Pueden ustedes retirarse cuando gusten, y les ruego que procuren en lo posible que no tenga yo necesidad de usar de la autoridad de que estoy revestido.
    -Señor don Pedro, nosotros no somos nadie; el pueblo ése que ha visto en la calle y á quien representamos, lo es todo. Ya sabe usted lo que sucedió hace algunos años con la huelga motivada por la sin razón de don Ricardo. El mismo espíritu conciliador de entonces nos anima ahora, y esperamos que la voluntad, ó sea el derecho del pueblo soberano, se respete en esta ocasión como se respetó en aquella. Lo que nosotros le participamos á usted es lo acordado por la familia del finado y por sus amigos, que es lo siguiente: reunirse en la casa del finado, y si los que acuden no caben en ella, salirse á la calle; y si en ésta se obstruye el  paso, trasladarse á la plaza y pasar allí la velada y á las cuatro de la tarde conducir y acompañar el cadáver al cementerio civil. Nada más tenemos que añadir; que usted lo pase bien, señor don Pedro.
    La comisión regresó al Centro, y en el cuadro anunciador se pudo un escrito que decía: “La comisión ha cumplido con su cometido avistándose con el alcalde y manifestándole lo dispuesto por la familia y amigos del tío Bravo. El alcalde ha negado todo lo que desean. La comisión ha cumplido con su deber. Que el pueblo cumpla con el suyo. Se abre una suscripción voluntaria para socorrer á la viuda del tío Bravo”.

  Continuará

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